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Dra. María Giuffrida

Ataques de pánico. Obscuro desierto

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Ataque de pánico

Ataque de pánico. Testimonio. 

Fui una niña algo tímida, bastante callada y con algunas inseguridades; un rasgo que me caracterizaba era la melancolía. Fui creciendo llena de sueños, de temperamento dócil; pero en mi adultez, ante tantas vicisitudes, me hice de carácter fuerte y me mostraba segura de mi misma, y poco o nada solía mostrar mis debilidades. Pero un día caí en un estado emocional denominado ansiedad generalizada o ataques de pánico. Y lo que comenzó con una taquicardia y sensación de mareo repentino y que me condujo a la consulta de un cardiólogo, se convirtió en poco tiempo en una experiencia de horror. El cardiólogo diagnosticó los síntomas como pánico, según común a  una afección cardiaca denominada prolapso en la válvula mitral.  

Las crisis de pánico suele confundirse con un ataque cardíaco; comienza repentinamente, y alcanza su punto máximo entre 10 a 20 minutos. Una persona en esta condición vive con temor de estar sola o lejos de la ayuda médica por miedo a que se repita el evento. Estas personas presentan al menos 4 de los siguientes síntomas: Molestia o dolor torácico, mareo o sensación de desmayo, miedo inminente a la muerte, miedo a perder el control, sensación de asfixia, sentimientos de separación y de irrealidad, náuseas, malestar estomacal, entumecimiento de manos, pies o cara, palpitaciones, frecuencia cardíaca rápida, sudoración, escalofríos o sofocos y temblores. Presenté al menos el 50% de estos síntomas.

En un principio, pensé que no pasaría de allí, hasta que comencé a manifestar síntomas depresivos, y parecía que no me podía levantar.  Ante la imposibilidad de salir del hoyo donde me encontraba, busqué  ayuda de todas partes: mi esposo, mis familiares, mis amigos, no hubo especialista que no visitara.

Relación: Emociones – sintomatología física

De pronto me encontraba completamente desesperada, tenía miedo de vivir y hasta de morir. Me sentía completamente sola a pesar de mi familia y de mis amigos. Había perdido todo sentido de propósito. Ya no sentía placer por hacer lo que siempre hacía como estudiar, trabajar, hacer los deberes del hogar; y sobre todo, atender a mi esposo y a mis hijos. Los premios derivados de mis logros académicos por los cuales tanto me esforzaba, comenzaron a perder sentido. Un día leí una frase que decía: “cuando la vida es más vacía, mas pesa”, en ese momento entendí lo que significa.  

No pasó mucho tiempo cuando al malestar emocional se sumaron los malestares físicos. Inicié con problemas gastrointestinales (una gastritis erosiva sangrante, un esófago de Barret y un síndrome de colon irritable). Este padecimiento generaba más estrés, y este estrés constante, contribuyó a la aparición de una tumoración (afortunadamente benigna), a nivel del músculo masetero y presionaba el nervio meseterino, ocasionándome un dolor tan fuerte en la cabeza y oído izquierdo que me impedía conciliar el sueño; y la falta de sueño me deprimía más. Perdí la cuenta de las veces que desarrollé algún tipo de infección, sobre todo viral. Todo esto, derivado de la información negativa que mi cerebro le enviaba al resto de mi cuerpo a través de los neurotransmisores, lo que influía a su vez, en el sistema inmunológico predisponiéndome a cualquier tipo de infección.

Incertidumbre y más incertidumbre

Pasaron días  en que no concebía la vida a mí alrededor, era como estar en un limbo. Durante esas largas noches en vela recurrí a la lectura, a la TV; aparte de que no me concentraba, no podía conciliar el sueño de ninguna forma, y cuando intentaba hacerlo, el terror se apoderaba de mí. Muchas veces temía dormirme, y cuando lo lograba, era porque el cansancio me ganaba. La falta de sueño, ocasionaba que me levantara cansada y mucho más deprimida que el día anterior.

Uno de esos días muy quebrantada de salud y de ánimo (y como si mi alrededor estuviera todo obscuro), salí al jardín de mi casa, y comencé a clamar a Dios con mucha desesperación y angustia por ese estado de ánimo que estaba minando mi vida. Ese mismo día, ante el asombro de todos, decidí recorrer toda mi casa y a declarar en cada habitación las siguientes palabras: “Dios, no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mateo 8: 5-13), creo que en aquel tiempo, era una de las pocas palabras que recordaba de la biblia; pero esta dice que la palabra no regresa vacía; y comencé a sentir un poco de alivio dentro de mí; a pesar de que aún continuaban mis episodios de pánico y  depresión.

Buscando alternativas

Completamente desesperanzada y sin saber cómo salir de ese mar de confusión en el que me encontraba sumergida, en un principio comencé a aferrarme a cualquier cosa. Me refugiaba en las cosas materiales (estudios, trabajo), en las demás personas (mi esposo, mis hijos, mi familia materna, mis amigos), en placeres mundanos (música, salidas a cine,  parques, etc.); y lo cierto es que nada ni nadie conseguía aliviar mi pena.

Finalmente opté por ir a un psiquiatra, muy a pesar de mí, y me recetó unas pastillas (antidepresivos y ansiolíticos), las que me aliviaron muy poco, porque cuando las ingería me sentía mal, no solo por sus efectos sobre el sistema nervioso porque me atontaban, sino porque,  psicológicamente sentía que no tenía dominio de mí; y no podía evitar sentirme impotente, e insignificante como persona. Y eventualmente, por alguna razón, sentía que la ingestión de las mismas me sumergía en una depresión aún mayor.

Yo trabajaba y sin embargo, comencé a tener temor de salir a la calle y de enfrentarme al mundo. Cuando salía a la calle me desesperada por volver a casa porque el miedo me invadía de pronto. Me acostaba en mi cama con los pies para arriba, porque pensaba que era algo circulatorio o que no me llegaba oxígeno a los pulmones, sentía que la garganta se me cerraba y no podía respirar, hasta que terminaba tomando un ansiolítico sintiéndome después  mal conmigo misma por haberlo hecho. No quería originar en mi dependencia hacia ellos, pero los seguía ingiriendo por insistencia de los especialistas.

Pensamientos negativos generan emociones negativas

Considero conveniente aclarar que en esta etapa es conveniente cuidar lo que oímos y leemos porque todo es capaz de afectarnos negativamente al punto de desesperanzarnos. A menudo, huía de cualquier conversación que tuviera que ver con algún tipo de enfermedad, porque de inmediato comenzaba a somatizar. Hasta que aprendí a llenar mi mente con cosas buenas, y cambié mis pensamientos negativos por la palabra de Dios, esto fue una de las cosas que aprendí en el material de consejería bíblica del Dr. Charles Lynch.

Me culpaba por todo, lloraba en el baño diariamente; suplicaba a Dios que me sacara de ese estado, sin obtener respuesta de ningún tipo (a mi parecer). No conseguía a Dios de ninguna forma, sin siquiera percatarme de que mi esposo, mi madre, mis hijos, mi suegra, mis hermanos y mis amigos, eran las personas que Dios estaba utilizando para ayudarme.

En mi desesperanza, compré un libro digital, se llamaba: “como vencer los ataques de pánico”; el libro utilizaba técnicas de meditación que revelaban mis miedos pero no me ayudaban a enfrentarlos. Así que me animé a llamar al autor; porque en el fondo deseaba que alguien me diera la cura instantánea a mi mal. El autor me confesó que creía en Dios; sin embargo, nunca le dio parte a su fe en Él en su proceso de sanidad, sino a la ingestión de unos medicamentos naturales que el mismo fabricaba y vendía. No precisé si lo decía porque no lo sentía así, o porque me quería vender los medicamentos, los cuales logré adquirir pero nunca los ingerí. Sólo sé que quería oír de alguien una frase mágica que sacara los pensamientos negativos plantados en mi débil mente de aquel entonces, porque cuanto leía y oía apuntaban a que el pánico era una condición que “no tenía cura”.

El mensaje de Dios

Un buen día, clamé y supliqué a Dios de nuevo como tantos otros días, y le pedí que me indicara que hacer. Haría todo con tal de no seguirme sintiendo tan mal. Ese mismo día en la tarde (un domingo de septiembre del 2009), llegó a mi casa una persona que fue mi amiga durante la infancia y adolescencia. Ni siquiera sabía que era cristiana; sin embargo, fue ella quien esa noche llegó a mi casa, y me manifestó que no sabía por qué estaba allí, puesto que había salido de su casa para otro lugar, pero por alguna razón Dios había puesto mi persona en sus pensamientos y decidió visitarme, y traerme la palabra de Dios. En medio de mi angustia, yo no podía creer lo que estaba oyendo, pues sentí que era la respuesta de Dios a mis súplicas. Por medio de ella, Dios me decía que Él quería que lo buscara de corazón y para ello debía congregarme.  

Ese domingo de septiembre, mi antigua amiga me contó todo lo que había recibido de Dios cuando decidió recibir a Cristo en su corazón. Me presentó el mensaje de salvación  y por primera vez acepté a Cristo en mi vida. Oía y oía a mi amiga, y no podía parar de llorar. Mi amiga hablaba y hablaba, y de su boca salía cuanto versículo yo necesita oír, uno de los que impactó mi vida fue el de la mujer del flujo de sangre, aquella cuya fe la sanó cuando se atrevió a pasar en medio de una multitud y tocar el borde del manto de Jesús (Mateo 5:28). Yo me aferré con todo el corazón a ese versículo, y comencé a buscar tocar la punta de ese manto de Cristo, sin tener la certeza de que algo pudiera pasar, pero decidí creer que podría pasar. 

Palabra: espada de dos filos

Hay un versículo en la biblia que dice que todo lo que pidamos en oración al Padre creyendo y sin dudar lo recibiremos (Mateo 21:22); en aquel momento no sabía del poder que tiene la palabra cuando la declaramos en nuestras vidas; pero definitivamente Dios decidió poner esa convicción en mí. La biblia dice que su palabra es viva y eficaz, y que penetra en nuestra alma como espada de dos filos, y atraviesa hasta los tuétanos de los huesos (Hebreos 4:12), y nos limpia, y nos moldea como lo hace el martillo y el fuego con el metal. Que poderoso es esto.

Las palabras enviadas por Dios a través de mi amiga se quedaron plasmadas en mi mente y corazón, y comencé a buscar donde congregarme. Pues si la fe viene por el oír y oír la palabra de Dios (Romanos 10:17), necesitaba llenarme de fe. Solo visité dos congregaciones, una donde conocí a la persona que me proporcionó herramientas bíblicas que me ayudaron a salir de la condición de angustia y temor en el que me encontraba, y otra donde me congrego actualmente y Dios me permitió crecer y formar un ministerio de ayuda.

El versículo de 2 Timoteo 1:7 que dice que Dios no nos ha dado espíritu de temor ni de cobardía, si no de poder, amor y dominio propio, fue uno de los versículos bandera que me sirvió para levantarme y conseguir fuerzas para ir al trabajo cada día; y con la ayuda del Dios Padre, y algunas otras herramientas que utilicé, volví a retomar mi vida, al principio un poco a medias. Y hoy por hoy, puedo decir, que gracias a Él desde hace ya unos 11 años dejé por completo la medicación, y Dios me ha permitido utilizar el dominio propio para seguir mi vida sin depender de ellos.

Proceso de abandonar el tratamiento

Entre el mal dormir y la ingestión de pastillas sentía insensibilidad en mi cuerpo, me pellizcaba y no sentía mis piernas. Por un momento pensé que había perdido la cordura (aunque no creo que alguien fuera de sus cabales, se tome el tiempo para pensar en eso). No quería la compañía de nadie, así que rechazaba llamadas y visitas a toda costa.

Pasado poco tiempo en la segunda congregación, aún cuando albergaba muchos miedos, me sentía más fortalecida, por lo que decidí pedirle a Dios que me ayudara a dejar el tratamiento (antidepresivo y ansiolítico).

Sin embargo, aunque sentía que dejar la medicación era un paso importante, también estaba lo suficientemente consciente, de que no debía interrumpir su ingestión abruptamente pues provocaría un efecto rebote y sería peor. Así que al cabo de poco tiempo, con ayuda médica, el libro y con literatura científica, pero sobre todo, con la ayuda de Dios logré dejar poco a poco la medicación. Si no eres de los que tiene conocimiento en medicina recomendaría que buscaras la ayuda de un especialista (psiquiatra) para garantizar el éxito en este proceso.  Dios lo hará, pero requerimos ayuda en diferentes áreas, sino Dios no hubiera permitido que esas personas se prepararan para ayudar a los demás.

Otra cosa que aprendí con el libro sobre ataques de pánico, es que el autor decía que él decidió dejar de pensar en lo que le estaba ocurriendo y se dedicó a una profesión que le encantaba y lo distraía; además, además daba algunas pautas para dejar la medicación poco a poco, a la vez que recomendaba controlar el tipo de alimentos que consumía.

Antecedentes familiares y recomendaciones

La lectura del libro sobre ataques de pánico, me hizo reflexionar que en mi familia hay predominio de diabetes, así que decidí (por sugerencia de una muy buena amiga médico) realizarme exámenes hormonales y resultó que tenía hiperinsulinismo (la insulina, es la hormona que regula las concentraciones del azúcar en sangre). En individuos con predisposición a la diabetes, la insulina suele aumentarse por consumo de alimentos altos en carbohidratos; y comencé a asociar mis eventos de ansiedad, con el consumo de alimentos como pastas, dulces, refrescos y jugos. Leí un artículo que se denominaba “cuando las hipoglicemias se confunden con los ataques de pánico”. Consulté a una nutricionista quien me ayudó a regular lo que comía, y esto colaboró con Dios en mi proceso del manejo de estos ataques de ansiedad.

Entre otras recomendaciones de la nutricionista, debía  incluir mas proteínas en mi dieta (carnes blancas y rojas magras o con poca grasa), mas vegetales verdes, mas granos, fibra y alimentos integrales (arroz, panes), y eliminar aquellos alimentos que incrementan los niveles de azúcar en sangre (pastas, arroz blanco, pan blanco, galletas dulces, así como jugos artificiales y refrescos; frutas como plátanos muy maduros, zapote, níspero, etc.). La fruta preferiblemente en trozos más que en jugos. Comencé a hacer 5 comidas diarias (las tres principales y dos meriendas a media mañana y a media tarde). Debía acompañar esto con una buena ingestión de agua y ejercicio físico, y al menos tres caminatas interdiarias de media a una hora durante la semana.

Colon irritable y ansiedad

Una de las cosas que también experimenté y que tiene asociación con la ansiedad y la depresión es el colon irritable. Esta afección acompañada de sensación de peso en el intestino grueso, deposiciones frecuentes de mala textura y olor, moco sanguinolento sin estar asociado a un proceso infeccioso sobre todo de tipo parasitario, debe llamar nuestra atención.

Un concepto nuevo conocido en ese tiempo para mí fue el de “cerebro intestinal”. Es decir, los neurotransmisores que se producen a nivel cerebral, responsables de nuestro estado de ánimo, también tienen su asidero en los intestino; por lo que cuanto el sistema digestivo es afectado por infecciones, alimentos irritantes, procesos inflamatorios, etc.; también pueden afectar nuestro estado de ánimo. Por lo que buscar ayuda médica y nutricional en relación al cuidado del colon es importante. Las principales recomendaciones son la eliminación de comidas condimentadas, los  lácteos, las grasas, los refrescos (gaseosas), carbohidratos, el café y el chocolate. Aunque la recomendación más importante era “bajar los niveles de estrés”.

Herramientas bíblicas

Definitivamente, entendí que debía cambiar mis pensamientos y actitudes. Para ello aprendí sobre algunas herramientas contenidas en el libro de SALT (siete áreas de la vida). El primer capítulo, del “endiosamiento”, o vivir en la carne haciendo las cosas a nuestra manera, me enseñó que el  perfeccionismo ocasionado por el temor al rechazo, nos hace pensar que debemos tener el control de las cosas y de las personas; cuando podemos entender que Dios es el único que tiene el control. Por lo que hay que pedir perdón por esa necesidad de controlar todo a mi alrededor. Ese mismo perfeccionismo nos lleva a un afán por el reconocimiento, hasta que aprendí que Dios es el único digno de alabanza. Finalmente, ese control y perfección nos lleva a criticar y a juzgar a los demás, actitudes estas que dañan el corazón, porque el juzgar solo le corresponde a Dios.  

La herramienta del perdón (extender y pedir perdón) sanaron esos sentimientos de culpa y la condenación porque pude entender que Jesucristo murió por mí y se llevó con él todos mis pecados. Por su parte, puesto que recordaba cada cosa mala que algunas personas me habían hecho vivía ansiosa y amargada; por lo que aprender a perdonar fue un acto liberador. Neil Anderson dice que no perdonar es como tomarse un veneno y esperar que el otro se muera. Es decir, es estar como muertos en vida. Dios dice que de toda cosa guardada guardemos nuestro corazón porque de él mana la vida (Proverbios 4:23); Dios mira nuestro corazón por lo que debemos mantener limpia nuestra copa (corazón) (libro camino al calvario de Roy Hession). Dios dice que seamos mansos y humildes de corazón y hallaremos descanso para nuestra alma (Mateo 11:29). Esto genera paz, y garantiza un sueño apacible y una actitud correcta.

Reflexión para concluir

Resumiendo, la orientación médica y nutricional; pero sobre todo, la convicción de que Dios utilizaría toda esa situación para hacerme una nueva criatura (2 Corintios 5:17); lograron al cabo de un tiempo lo que tanto anhelaba desde hace más de 11 años: “Vivir libre de pánico y depresión, sin utilizar medicación”.

Te invito a creer que Dios lo podrá hacer, en una actitud humilde, obediencia, constancia y fidelidad, Él hará con tu vida cambios beneficiosos para ti y para los tuyos.

Por: Dra. María Giuffrida

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